El frío ha llegado. Las mañanas amanecen nubosas y un manto blanco escarchado lo cubre todo. Apetece salir cuando los tibios rayos de sol hacen actos de presencia. Entonces nos desperezamos y, bien abrigados, aprovechamos para disfrutar de las horas centrales del día. En Galicia es así, o por lo menos estos últimos días. Pero lo habitual durante el invierno en Galicia también es disfrutar a diario de instantes mágicos alrededor de la "lareira". Lo que siglos atrás fue el eje central de las casas, el lugar de reunión por excelencia de la familia y el espacio de ocio de niños y mayores, recupera hoy en día su antiguo esplendor para erigirse como punto de encuentro en torno al cual construir nuevos lazos de comunicación. Lo antiguo vuelve, y para quedarse. Así que atizamos la lumbre, calentamos las manos y nos acomodamos en el sofá. El libro nos espera; o tal vez los niños reclamen una historia de corredoiras y Santa Compaña; tal vez el perro busque el calor en nuestro regazo; o puede ser que simplemente nos dejemos llevar por el crepitar incesante y rítmico de la lareira. En Galicia es así.
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